Desde Rusia con asombro
Hace no mucho leía yo en un libro de Ignacio Solares cómo Julio Cortázar narraba con delectación un hecho menos inverosímil que el que a continuación relato, y se regodeaba de cómo el destino nos tendía trampas en este sentido. Hice un viaje a la URSS en 1988, cuando todavía ésta era "una sola nación". El muro caería un año después y la URSS se atomizaría como dos más tarde. Eran mis felices días de divorciado. Llegué con el grupo de desconocidos (como unos quince) a Moscú y de ahí a Volgogrado, Stalingrado, Tbilisi (Georgia), Yereván (Armenia), Yalta, Kiev (Ucrania), Leningrado (hoy San Petersburgo), y de vuelta a Moscú. Desde luego, Petersburgo solita valió el viaje, con una guía maravillosa llamada Valentina Vladimirovna Tijomirova, ni fea ni bonita, pero a la que su extraordinario talento hacía ver maravillosa. De repente, un día en el autobús, dijo: "¡Miren, miren!, ése es el lugar donde la policía agarró a Rodia", y lo decía con un entusiasmo tal que contagia...