Recuerdo El domingo 27 de octubre de 1985 corrí mi primer maratón internacional, quizá el más famoso hasta hoy en día, el de Nueva York, que no el de más prestigio, que para mí sigue siendo el de Boston. Poco antes había yo participado en los dos maratones iniciales de la Ciudad de México. Recién transcurrida la primera mitad de la justa neoyorquina, me dio alcance un atleta español, quien, con su muy peculiar forma de hablar, se identificó conmigo y quiso saber otro tanto de mí, a lo cual accedí sin dilación. Esto hacía más llevadero el penoso tormento, que se disputaba, para empeorarlo, bajo un calor asfixiante. A nuestro paso, rebasamos a una corredora sueca que, literalmente, reventó por su falta de previsión y por las inclementes condiciones ambientales: traía como llena de fango la entrepierna, precursora temprana de aquel célebre andarín que en la olimpiada de Seúl de 1988, en plena marcha, detuvo su paso, se acuclilló, hizo a un lado el resorte inguinal de su short que se inte...