“… tierra de las vísperas,
Hispania, Terra Nostra.”
Carlos Fuentes, Terra Nostra
Durante el seminario sobre Fernando del Paso al que asistí en julio de 2016 en la librería del Fondo de Cultura Económica Efraín Huerta, conducido por el escritor y crítico literario Alejandro Toledo, éste establecía una línea directa de Cervantes y su Quijote hacia Del Paso y su José Trigo, pasando por Laurence Sterne con su Tristram Shandy y James Joyce y su celebérrimo Ulises, en ese orden cronológico. En el ínter mencionó también a Robert Burton y Antología de la melancolía y al equivalente hispano de Sterne, Julián Ríos, y, como no queriendo la cosa, a la víctima favorita del ninguneo por ciertos arrogantes círculos de la intelectualidad mexicana, Carlos Fuentes, como la revista cultural Letras Libres y el propio Toledo, quien en aquella ocasión me dijera que Terra Nostra era algo de lo que todavía se podía rescatar del desaparecido autor mexicano. En cualquier caso, todos los mencionados como forjadores de la novela moderna.
Como ya en un anterior artículo mencioné la dificultad que para mí representó el hincarle el diente a José Trigo, al grado de abandonar su lectura, y con la que igualmente me topé al completar Palinuro de México, también de Del Paso, que no me pareció divertida, como en realidad debieran de serlo, digo yo, todas las obras de ficción, opté por el libro de Fuentes, salomónico intermedio cronológico (1975) entre José Trigo (1966) y Palinuro (1977). Como no quiero pecar de soberbia como los antedichos, he de reconocer que Noticias del Imperio, de Del Paso (1987), me fascinó.
Busqué también Tristram Shandy, habida cuenta de las similitudes de esta obra con el Quijote, de Cervantes, en cuanto al tono festivo, anti solemne e igualmente profundo que comparten, a pesar de o precisamente por haberla escrito Sterne aproximadamente siglo y medio después (1760) de que el Manco de Lepanto lo hiciera con la suya, y “a quien Sterne hace referencia repetida y admirativamente en Tristram Shandy.” (Andrew Wright). Me empeñé en conseguirla en papel y lo logré cuando ya iba de salida de El péndulo de la Zona Rosa de la Ciudad de México, después de un primer intento fallido de búsqueda en sus anaqueles. Feliz, la empleada que me alcanzó, ignoro si por su hallazgo o por el precio, me dijo “son 650 pesos”. Demudado regresé al mostrador y desembolsé, pues no soy muy afecto a los libros electrónicos a pesar de la abismal diferencia en precios, y es que un libro impreso es un ser amoroso. Es el que leo ahora y ya lo estaré comentando en alguna ocasión futura, lo prometo. No resulta ocioso mencionar que esta obra sirvió de inspiración a Fuentes para su Cristóbal Nonato y que el traductor de la edición que leo, Javier Marías, afirma que “Tristram Shandy es mi libro favorito: es, a un mismo tiempo, la novela clásica más cercana al Quijote y a la del siglo en que escribo; tanto su recuerdo como su frecuentación esporádica me producen un indefectible placer; puede abrirse por cualquier página, con asombro y sonrisa siempre. No creo haber aprendido más sobre el arte de la novela que durante su traducción. Sin duda, mi mejor obra.”
Por lo que se refiere al libro objeto de este escrito, Terra Nostra, sus casi ochocientas páginas en dos tomos resultaron mucho más digeribles que las primeras dos obras de Del Paso que mencioné previamente, y si bien Fuentes es ininteligible, críptico e insondable en muchas secciones y pasajes de su escrito, para nada es el libro “inabordable” que muchos críticos señalan. Por otro lado, recurre también a los monólogos, siendo quizás estas dos características las que lo equiparan, toda proporción guardada, con James Joyce. Además, incluye bellas historias paralelas que a pesar de su aparente independencia no dejan de relacionarse con la trama principal, como en el Quijote, aunque algunas más sí de plano parecen tomadas de otro lado. El mismo Fuentes pone en boca de Ludovico en su conversación con Felipe II, El Señor, en la tercera parte del libro, la enumeración de cincuenta historias contenidas en otros tantos pasajes de la obra de Cervantes.
Terra Nostra se divide en tres partes: El viejo mundo, El mundo nuevo y El otro mundo. El primero es el que tiene lugar durante el reinado de Felipe II, o simplemente Felipe, El Señor, y las atrocidades que tuvo antes que cometer para ganarse la confianza de su padre, Felipe El Hermoso, para después consolidar su poder. Narra también las tropelías que cometió el padre al engendrar tres enigmáticos hijos que aparecen a todo lo largo de la novela, que fueron concebidos por otras tantas parejas del concupiscente y garañón viejo: desde la recién desposada Celestina, siguiendo con su mismísima nuera, Isabel Tudor, esposa de Felipe, y hasta con una loba, que en la parte final de la novela se aclara que no era más que la encarnación de alguna otrora pérfida reina. Asimismo, se narra la obsesión de El Señor por construir un monumental complejo para albergar los despojos de todos sus ancestros, y aunque el término Escorial no aparece más que una vez en toda la novela, es de suponerse que el autor se refiera al palacio del mismo nombre.
La segunda parte no es más que una soberbia recreación poética del descubrimiento de El mundo nuevo en labios de El Peregrino, hijo ilegítimo de Celestina y el padre de Felipe, y quien se supone que se lo está relatando a él, El Señor, al regreso de su aventura con Pedro, el marino que se empeñaba en creer que había algo más allá del inmenso océano, contra la opinión de El Peregrino quien, por el contrario, afirmaba que el mundo era plano y que necesariamente se precipitarían al término de éste. Curiosamente, quien triunfó por su aseveración perdió inmediatamente por el infortunio, pues Pedro fue inmolado por los naturales de aquellas tierras casi a su arribo, y quien perdió por su creencia ganó en los hechos, ya que El Peregrino fue tratado con deferencia por los lugareños. Conoció de sus rituales y sus sacrificios humanos. Y es esto lo que le relata a El Señor. Obviamente, estamos frente a un fabuloso anacronismo, al no haber ocurrido todos estos acontecimientos en la época de Felipe II, sino bastante antes. Además de que Felipe El Hermoso fue en realidad abuelo de Felipe El Señor, que el autor nunca identifica como II, pero que se colige por lo del monasterio que construía. En fin, todas éstas, licencias literarias muy legítimas.
La tercera parte, El otro mundo, no es sino la vuelta al viejo mundo, el de la decrepitud y fantasías y delirios y pesadillas y traiciones y, en fin, muerte de Felipe, El Señor. Incluye la fascinante narración contenida en una de tres botellas lacradas, tan enigmáticas como los hijos de Felipe El Hermoso, y que describe los degradantes excesos del emperador romano Tiberio, mismos que son expuestos con pena ajena en toda su vileza por su amedrentado cronista Teodoro. Se sugiere cómo el criado Clemente intenta envenenarlo y un tal Agrippa Póstumo insinúa materializársele para reclamar su derecho legítimo sobre el Imperio. No se puede dejar de establecer un paralelo entre esta historia y la propia de Felipe, con su cronista el fraile Julián -que en ciertos momentos llega incluso a confundirse con el mismísimo Miguel de Cervantes, sin mencionarlo por su nombre-, con su traidor sirviente Guzmán, y hasta con su Juan Agrippa, Don Juan, hijo ilegítimo de Felipe El Hermoso y su nuera, Isabel Tudor, esposa de El Señor, y quien estaría así reclamando sus legítimos derechos sobre el trono de España al carecer Felipe de descendencia. ¡Qué desfachatez!
En fin, una agradable “sorpresa” la novela de Fuentes, y de quien ya antes había leído con igual gusto La muerte de Artemio Cruz (1962).